Madeleine era una niña de lentes muy tímida que en los recreos se iba a la biblioteca a leer historietas científicas de Proteo, su superhéroe biónico. Le daba pena dar la hora, se sonrojaba cuando se la preguntaban. Su timidez se volvió todavía más incómoda en la adolescencia, etapa en la que se supone que ya tenemos que presentar nuestro ser social, pero afortunadamente encontró una forma amena de relacionarse con sus compañeros: contarles cosas chistosas que le habían pasado, como chocar contra un poste y pedirle perdón. Poco se imaginaba que muchos años después impartiría talleres en los que les mostraría a otros el tesoro que son sus defectos cuando se trata de conectar con los demás.