Cómo solucioné una situación embarazosa en pleno concierto

«Cuando entré al escenario, me percaté que el atril que yo iba a ocupar estaba en una de las entrepiernas, cuando se suponía que tenía que estar a un costado del piano… Sin pensarlo y mientras el público me recibía con un cálido aplauso, me di la vuelta para tomar el atril.

Aún estaba un tanto retirado del atril pero los nervios no me dejaron dar el paso que debí haber dado, así que me estire, el saco se apretó y exhalé fuertemente por la boca con un ‘¡Agh!’. El público estaba dándose cuenta de mi absurda situación.

Rápidamente, mientras aún exhalaba, pensé: ‘Jorge, ve al público y que te vean exhalar y sufrir’. ¡El público se atacó de la risa y me aplaudió más fuerte! Sonreí, agradecí, volví a mi posición y comencé a cantar. Al terminar el evento recibí ovaciones, no sólo por la pieza sino también por mi ridículo.

Ese día noté que el miedo al ridículo es lo más absurdo: somos humanos y somos propensos a equivocamos: ‘Afortunado el hombre que se ríe de sí mismo, ya que nunca le faltará motivo de diversión.’, palabras de Habib Bourguiba.

Pese a que llevo poco tiempo relacionándome con el clown, puedo decir que me ha ayudado a trascender varios aspectos no sólo escénicos sino también de la vida misma. Cada sesión con Madeleine era un tiempo de autodescubrimiento, aceptación y disfrute de la vida.

Gracias al clown, he aprendido a aceptar mis miedos y errores tanto en escena como en el diario vivir y a tomarlos de la mejor manera. En ocasiones, hasta me río de ellos. No con sarcasmo, sino con auténticas carcajadas de lo absurdos que son. Ciertamente, soy más feliz.»

Jorge A. Rodríguez.

 

 

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