Del pánico escénico

Por Madeleine Sierra

A muchos nos ha pasado estar frente a un público y no saber qué decir, o ponernos nerviosos antes de entrar al escenario, y en camerino tener serios problemas con las emociones que andan todas revueltas y con la mente que no para un segundo, y tal vez tomar una copa antes de comenzar. Y durante la presentación, olvidarnos de lo que vamos a decir, o quedarnos en blanco muy seguido, tartamudear, equivocarnos a cada rato, confundir las ideas, dejar de escuchar a nuestro interlocutor, pensar mucho en el qué dirán, bajar el volumen de la voz, o usar muchas muletillas…

El miedo y el dolor son dos emociones que aparecen cuando les pido a los alumnos que sean transparentes y que se DEJEN VER por sus compañeros (su público), tal y como están, tal y como son, tal y como se sienten en ese instante mismo… Y en el momento que quitan la máscara de “no pasa nada”, aparece no sólo el miedo, sino a veces el pánico o hasta el terror, que se manifiesta en el cuerpo en forma de calor, sudoración, náuseas, rubor facial, sequedad en la boca, manos heladas, sensación de adormecimiento, fuerte tensión o hasta engarrotamiento de alguna parte del cuerpo.

En clase sanamos estas sensaciones permitiéndoles estar y manifestarse en el cuerpo; es así como la emoción se siente escuchada. Sucedió que a una alumna se le engarrotaron las manos, le pedí que cerrara los ojos y que pusiera su atención adentro de su cuerpo habitando esa parte desde dentro. Le dije que cualquier percepción que tuviera estaba bien. Estuvimos ahí dentro unos minutos dándole presencia a esa parte. Recibiendo cualquier mensaje que tuviera para mi alumna.

Le pedí que le preguntara a esa sensación qué quería decirle y por qué se manifestaba. ¿Qué necesidades eran las que estaban detrás de esta emoción? ¿Seguridad? ¿Confianza? ¿Autoestima? Salió que era mucho miedo y que necesitaba seguridad. Y ella le envió seguridad a esa parte, le habló desde dentro enviando la emoción de seguridad.

Poco a poco los músculos se fueron relajando hasta que volvieron a la normalidad. Y comenzó a ver la realidad ya no con los ojos de la herida de no haber sido aceptada de pequeña, sino en presente, y por fin comenzó a conectar con sus compañeros y a percibir acompañamiento, solidaridad, comprensión, apoyo… Cuando vio esto comenzó a llorar, primero de soltar una tensión añeja, y segundo porque se dio cuenta de la belleza de esta conexión, abierta de corazón a corazón.

(Recomiendo no hacer esta práctica en pleno concierto, preferentemente hacerla a parte en clase, con un guía que sepa guiar el manejo de emociones y que siempre te haga contactar con el presente).

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