Por Madeleine Sierra
En una ocasión una alumna cantante pasó a hacer un ejercicio en el que tenía que cantar su nombre completo, con una melodía inventada, y dejarse tocar por lo que pronunciaba, permitiendo que su movimiento, su emoción y la melodía se transformaran, hasta que se dejara llevar completamente por lo que sentía.
Me comentó que le daba miedo, por lo que le pregunté:
—¿Te da miedo lo desconocido? ¿El no saber qué va a aparecer?
—Sí —me contestó—, y me da miedo mi locura… desconectarme.
—Ok… —le dije—, durante todo el ejercicio te recomiendo observarte desde arriba, como si una parte tuya se desprendiera de ti y te observara: observara tus movimientos, tus sensaciones y tus emociones. ¿De acuerdo?
—Sí.
El ejercicio se desarrolló primero con miedo, y al tiempo que ella se fue observando, su atención fue cambiando a su cuerpo y a sus sensaciones, y nosotros fuimos dejando de percibir los juicios en su movimiento y en su voz. Fue entrar a algo mágico, porque empezó a soltarse y a contactar con las palabras, y poco a poco comenzó a sentir alegría y gozo de pronunciar su nombre. Se dio cuenta de que regresaba a ella. Así siguió y se permitió expresar lo que sentía en el cuerpo y hasta saltar y jugar sin censura alguna. Todos estábamos entusiasmados acompañándola en este viaje maravilloso de “volver a casa”.
Al final, ella comentó que no había experimentado miedo a su locura… Le dije que la “locura” era súper importante para un artista porque de ahí surgía la creación, no de lo mental, sino de la maravillosa sensación corporal, a la que que se le suele llamar “locura” porque está reprimida por algunas consignas sociales de convivencia, pero que en realidad no es locura.