Por Madeleine Sierra
Una alumna toca el clarinete bajo. Nunca en mi vida había escuchado ese sonido, qué hermoso es escuchar las notas graves, qué fuerza. ¡Wow! ¡Fue un descubrimiento increíble para mí!
Pues bien, nos presentó la pieza. Comenzó exquisito, pero luego la interpretación se diluyó. Le pregunté sobre su interpretación: qué era para ella esto que nos presentaba, y me dijo que lo veía como una contemplación. “¿Una contemplación interna o externa?”, le pregunté… “Puede ser cualquiera de las dos”, me contestó.
Primera regla: la claridad y el detalle. Así que arreglamos las imágenes para que hubiera más claridad y más detalle. Entonces noté que se trataba de un alma que contemplaba desde lo profundo pero que tenía destellos de juego. No era una contemplación sublime nada más, sino también estaba conectada desde la naturaleza de niños.
Pero cuando mi alumna tocaba, esas frases más juguetonas salían vacías. Así es que le propuse que yo le hiciera cosquillas cuando las tocara, y que la perseguiera como cuando juegan los niños. Le pedí que ella se moviera, y que parara de vez en cuando para mirarme y para jugar conmigo a escapar, y que mirara al público para hacerlo cómplice de este juego.
Wow…. Qué hermosura. Cada una de las notas estaba conectada con esta intención, y el público no paraba de reír, de conectar y de vivir con nosotras este acontecimiento.
Al final, me preguntó “¿Y ahora cómo le hago para repetirlo cuando lo ensaye?”
Gran pregunta: “Ahora le tienes que dar poder a tu imaginación: Recrear las sensaciones y las emociones primero en tu mente, para que luego caigan como cascada hacia tu cuerpo. Una vez que todas las células de tu cuerpo se haya conectado con esta impresión, comienza a tocar.”