Por Madeleine Sierra
Un alumno pianista interpretaba una sonata de Beethoven. Al principio la ejecutó correctamente pero sin emoción. Entonces comencé a decirle que Beethoven solía ser muy apasionado y que se expresaba a través de emociones fuertes, intensas. Hice algunos sonidos y movimientos pasionales, y todos en el grupo rieron.
Mi alumno me dijo que exactamente eso le costaba trabajo entenderlo para hacer las transiciones, porque a veces era calmado y otras pasional. “¿Cómo se puede ser así?”. Y le di el ejemplo de cuando platicas con alguien y le cuentas algo sobre el amor: solemos despotricar y también enternecernos con el objeto amado cuando recordamos buenos momentos.
También le dije que Beethoven era un ser humano, y que lo viera como tal y no como un compositor genio y lejano a él. Que podía entender las emociones que él tenía, porque él también las tiene. “¡Ah ok! Ya entendí”, me dijo.
Luego le pregunté: “¿Cuál es el tema?” y me contestó que Beethoven solía hablar mucho sobre el destino. “¿Y cómo es para ti el tema del destino?” Me contestó sin emoción alguna: “Pues es algo que viene una y otra vez a la fuerza y que no puedes evitar”. Como habló en 2ª persona le pregunté: “¿Quién no puede evitarlo?” Se quedó pensando y dijo: “Yo”. Ahora le pregunté:
—¿Para ti cómo es eso?
—Pues no me gusta —me respondió.
Como vi que aún no había emoción le dije:
—Ah pues entonces #$%$#! destino #$%&$%&/ —y cuando lo dije así con groserías, él contactó con la emoción e inmediatamente exclamó:
—¡Sí eso!
—¿Dónde sientes esa emoción?
—En el estómago.
—Ah pues tócalo desde ahí… ¿Con el #$%$#! o sin el #$%$#!?
—¡Con el #$%$#! —me respondió con emoción.
—Ah, pues cierra los ojos. Contacta con eso y toca.
Todos nos quedamos atónitos con su interpretación, pues dejó de ser plana y se convirtió en un diálogo de voces internas, a veces tranquilas, a veces alborotadas, hablando acerca del destino.
Uso a veces las groserías en clase porque la amabilidad y la formalidad a veces interfieren para conectar con la emoción. Se confunde con una admiración hacia el compositor que nos aleja de las emociones para conectar con la pieza; se genera una reverencia en donde vemos en lo alto al compositor, y desde ahí no se genera ninguna conexión.