Las risas son amor

“Ana vino a un curso de iniciación [al clown] con la intención de enfrentarse a su miedo al ridículo. El primer día se sentía inhibida cada vez que salía, hecho que compartió con sus compañeros abiertamente, al explicar que lo relacionaba con un sentimiento de su infancia, el de siempre pensar que cuando la gente reía, se reían de ella y no con ella. 

Se sentía atrapada, pero quería cambiar. Después de oírla, compartí con ella lo que le decía a mi hija Amara cuando de pequeña hacía o decía algo estúpido que a mí me provocaba la risa, lo cual no le hacía ninguna gracia: ‘Caramba, pero acabas de hacerme reír, ¡gracias!, es fantástico que me provoques alegría, es un gran placer poder reír’. Amara tiene ahora integrado que puede ser que me esté riendo de algo que ha hecho, pero no por eso la estoy juzgando, ni tachándola de estúpida o torpe, y entonces puede reír conmigo. 

Ana estuvo muchos años atascada en un sentimiento de vergüenza ante las risas de los demás. El segundo día la vi luchando consigo misma toda la jornada. Se esforzaba para salir y participar, luchaba para hacer lo que le pedíamos, pero se le hacía cuesta arriba. Por la tarde percibí que estaba exhausta y frustrada, así que le dije: “No veo que estés disfrutando y eso me preocupa, porque no puedes hacer reír a tus compañeros si tú no disfrutas. Por favor, no te esfuerces más por salir. Date permiso de quedarte sentada y relajada y sal solo si realmente lo puedes hacer sin que sea una lucha’. Nada más oír mis palabras rompió a llorar; la lucha había terminado. Prometió respirar en todo momento y relajarse. 

Al tercer día la vi dispuesta a ser ella misma. A veces esos milagros ocurren de un día para otro; el descanso, los sueños, la distancia o el compartir con otros, todo ayuda a asentar la lección. En su primera salida del día fue vital y expresiva, riéndose de su propio nerviosismo. De repente la vi relajada, y ahí estaba, una mujer bellísima, suelta y disfrutando de las risas que ella, por ser como era, recibía del público. 

Así lo describió en un correo electrónico que nos mandó una semana después del curso: ‘Y sorprendentemente reconocí a la payasa que llevo dentro arrancando sonrisas y disfrutando de la vergüenza y el ridículo de simplemente sentir hacia afuera.’ 

Es condición del ser humano querer ser amado por quién es y por cómo es, y es condición espiritual que todo amor empieza en uno mismo. Cuando Ana no se amaba haciendo el ridículo, no podía aceptar las risas (el amor) de los demás.”

— Caroline Dream

Y tú, ¿le tienes miedo al ridículo?… Te acompaño en tu miedo.

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