Coquetear frente al público

Por Madeleine Sierra

Una cantante —aquí le llamaré Carmela para cuidar su privacidad— presentó en clase un pasaje de las Bodas de Fígaro de Mozart. El personaje que interpretaba era una mujer que le coqueteaba a un señor para darle una lección de celos a su marido, porque él había inventado que ella era una fácil. 

Carmela nos comentó que a ella le gustaba esta parte justamente porque rompía con la formalidad. Hay que decir que el coqueteo estaba bastante subido de tono y que tenía intenciones de mucha cercanía física. El personaje de ella tenía mucha calentura, y se estaba divirtiendo con su sensualidad y su sexualidad.

Carmela empezó cantando como lo tenía: bien entonada, confiada, todo bien ejecutado. Nada más que para mí es muy importante la emoción, por lo que le pedí a un compañero, Javier, que la acompañara en el escenario y que solo estuviera ahí para recibirla viéndola a los ojos, y que podría moverse en cuanto sintiera la necesidad. Le pedí a ella que cantara viendo a los ojos a Javier y que no empezara hasta que se hubiera tomado el tiempo para sentir. 

Primero sintió miedo, miedo de ser vista, y hubo varios intentos de cantar, pero la voz no salía, y Carmela no lograba contactar con su sensualidad y sexualidad enfrente de todos. Entonces le dije que no tenía que salir bien y que la soltara como viniera, que después se iba a encarrilar solita. 

Empezó a cantar, apresurada al principio. La paré y le pedí que solo dijera el primer enunciado, y que lo repitiera varias veces hasta que cobrara sentido. El texto invitaba al susodicho a escuchar el corazón de ella… nada más que a Carmela no se le había ocurrido que para escucharlo no era con otra cosa más que con el oído de él, así es que debía invitarlo a acercarse a su pecho —algo muy muy subido de tono—. 

Para ella fue una sorpresa darse cuenta de lo que la frase implicaba, y le dio mucho pudor y mucha pena. Le dije que lo cantara desde ahí. Esa era la emoción verdadera que la habitaba y hasta que no lo hiciera desde ahí no se iba a liberar.

Así pues, lo cantó con pudor y pena. Su cuerpo iba y venía entre la invitación sexual y el pudor… daba pasos para acercársele y luego, cuando Javier respondía hacia adelante, ella reculaba hacia atrás. Cada vez que reculaba yo le pedía que viera al público para compartir su emoción y su flop. 

El público estaba muy divertido viendo esta nueva y diferente interpretación llena de tensión dramática, pues ya el personaje llevaba un conflicto propio que nos tenía a todos en ascuas. Ella se divirtió mucho y olvidó que tenía que cantar bien y entonada, lo cual sucedió solito pues su atención estaba en el gozo de esta experiencia, y paradójicamente, al no ponerle demasiada atención a la técnica, no había proceso mental que interfiriera con la buena ejecución de su voz.

Una opción para la puesta en escena final sería dejar esta interpretación, ya que para el público funcionó muy bien el ir y venir entre la provocación y el pudor. Otra opción sería ir más lejos aún, pues ya que Carmela se divirtió y se liberó de la pena de mostrarse pudorosa, podría venir el siguiente paso que es contactar en estado de juego con su sensualidad y su sexualidad, y cantar desde ahí.

Ya que contactamos con la verdad y se liberó la emoción reprimida, entonces accedemos a la siguiente capa, que es entender las palabras o el juego de composición que realizó el autor de la pieza.

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