Por Madeleine Sierra
Tal vez habrás visto cantantes que mueven los brazos de una manera que se ve automática: si la melodía sube, los brazos suben, y si la melodía baja los brazos también.
Cuando nos presentamos frente al público o frente a la cámara, podemos caer en ciertos movimientos cliché, o en movimientos que son como muletillas en las que nos apoyamos. Mi maestro Zario les llamaba “movimientos parásito”. A veces caemos en ellos por buscar una especie de ancla que nos dé seguridad, otras veces es porque estamos desconectados emocionalmente de lo que decimos, cantamos o tocamos.
En cambio, cuando estás tomado por la emoción que le corresponde a lo que estás expresando o comunicando, aparece la gestualidad justa: surge un movimiento tan bello, tan justo, que ya ni necesitas pensar qué vas a hacer con los brazos, se dejan tomar por ello.
Para los músicos, un ejemplo de muletilla puede ser cuando mueven su cuerpo, o una parte de él, para llevar el pulso. Y no quiero decir que nunca haya que moverse con el pulso: de hecho, cuando el moverte con el pulso surge espontáneamente de la emoción de la pieza, es algo bellísimo de contemplar: un cuerpo que está tomado por la emoción está tomado por la vida.