Hay dos tipos de vergüenza, una amarga y una dulce.
La vergüenza amarga la sentimos cuando nos juzgamos a nosotros mismos: si hacemos algo que no satisface nuestras necesidades nos decimos cosas como: “¡Soy un idiota!” Estos juicios tienen un mensaje valioso detrás: nos están diciendo que alguna necesidad importante quedó insatisfecha y nos está pidiendo que usemos el error para aprender de él, pero la forma de decírnoslo no ayuda.
Por otro lado, a todos nos encanta ver la cara de un niño pequeño cuando se ruboriza, esa es la vergüenza dulce, una reacción natural cuando recién estamos conociendo a alguien o cuando mostramos algo íntimo de nosotros. Si alguien te ve equivocarte y no te juzgas a ti mismo, tal vez te ruborices. No escondas ese rubor, es hermoso que se te note.
Vuelve a ser transparente, ven al taller de clown.